La cuestión de la dimensión social del proceso de integración europea no es nueva, como sugiere el estudio. Sin embargo, desde hace algún tiempo está experimentando un renacimiento político que ha estado ausente durante mucho tiempo fuera de los círculos profesionales. Esto se debe a los desequilibrios y disparidades sociales que han surgido durante la rápida sucesión de crisis económicas de los últimos 15 años. El paradigma económico neoclásico y su concepción del Estado del bienestar basada en el mercado están demasiado arraigados. La brecha entre la integración creadora de mercado y la integración correctora de mercado es demasiado profunda y los enfoques de coordinación de la política social que se han introducido desde mediados de los años 90 son demasiado débiles.
Aquí es donde se encuentra principalmente el Pilar Europeo de Derechos Sociales (EPSR), cuyos 20 principios fueron anunciados en 2017 por el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo y la Comisión Europea como posibles objetivos para la creación de una unión social inclusiva. Este componente no es jurídicamente vinculante, no conlleva ningún cambio de competencias entre el nivel supranacional y el nacional, y solo contiene una tabla de indicadores sociales como ayuda para su aplicación, aspectos que lo hacen parecer principalmente un intento retórico de devolver la atención al elemento social.
Desde el lanzamiento del REPD hace seis años, la Comisión no ha perdido ocasión de referirse a estos principios en las políticas sociales de regulación, distribución y coordinación de la Unión Europea (UE). Por otra parte, la mayoría de los Estados miembros se han mostrado cautos ante el nuevo documento. En los Programas Nacionales de Reforma (PNR) que enviaron a Bruselas, los Gobiernos hablaban regularmente de lo bien acogido que estaba el PEPS. Pero muy pocos de ellos utilizaron los indicadores del Cuadro de Indicadores Sociales para identificar y analizar mejor los déficits y problemas sociales de sus países, por lo que el EPSR sólo pudo servir de vaga guía en sus tres primeros años de existencia.
Esto cambió en 2020, cuando la UE dio varios pasos decisivos en respuesta a la pandemia del Covid-19 y sus consecuencias socioeconómicas. Levantó las restricciones presupuestarias y suspendió el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, antes de crear un instrumento europeo de apoyo al trabajo a corto plazo: el Apoyo a la Reducción del Riesgo de Desempleo en Situaciones de Emergencia (SURE). Además, se puso en marcha una nueva generación de paquetes de reforma e inversión de la UE: 750.000 millones de euros de ayuda estructural y para la crisis en toda la UE, cofinanciada, basada en las necesidades y basada en gran medida en transferencias financieras a fondo perdido. Por último, en el ámbito social, en la Cumbre Social de la UE celebrada en Oporto en 2021 se presentó el Plan de Acción EPSR, que contiene tres objetivos cuantitativos obligatorios: aumentar las tasas de empleo, incrementar la participación en la formación profesional y luchar contra la pobreza y la exclusión social.
Ante este enfoque innovador de la gestión de crisis, se plantea la cuestión de si los nuevos instrumentos con apoyo financiero aportan el complemento que faltaba hasta ahora al REPER. Más allá de las meras referencias retóricas, ¿puede ahora el EPSR cumplir su supuesto potencial de mejora de las condiciones sociales? ¿Podemos esperar también una aceleración del progreso social en el contexto de la lucha contra la pandemia y el paquete de la UE de nueva generación, más allá de los objetivos explícitos de inversión y reforma de las dos transformaciones verde y digital? ¿La gestión de los Planes de Recuperación y Resiliencia (PRR) en el Semestre Europeo conducirá a un mejor equilibrio entre los objetivos económicos y sociales? ¿Y son ahora más visibles los PEER y el cuadro de indicadores sociales que los acompañan en el Estado del bienestar de cada país?
El instituto alemán opina que, para que la dimensión social del proceso de integración no quede relegada durante mucho tiempo a un segundo plano, no sólo simbólico, sino también real, los Estados miembros deben utilizar constantemente el EPSR y supervisar cuidadosamente su aplicación. Después de Oporto, se optó por una vía con tres objetivos cuantitativos, a la que deberían seguir otros indicadores sociales, sobre todo en el ámbito de las condiciones de trabajo justas. El principio subyacente seguirá sin estar claro mientras no haya un debate nacional (parlamentario) sobre la posición del propio país en la comparación social europea. Debería introducirse un procedimiento sobre desequilibrios sociales para estimular tales debates. De este modo, los planes de inversión y reforma social de los Estados miembros para la próxima generación de la UE, que aún son preliminares y en algunos lugares insuficientemente coherentes, serán más vinculantes y se adaptarán mejor a las lagunas y retos sociales detectados.
Sin embargo, según los autores del estudio.