Los sueños, por muy hermosos que sean, deben anclarse en la realidad de la supervivencia, y la película nos obliga a cuestionarnos si cualquier visión idealista puede realmente hacer frente a las demandas muy reales de la sociedad.
En Megalópolis, Francis Ford Coppola no se limita a crear una película, sino que construye una historia monumental que obliga al espectador a enfrentarse a la fragilidad de los sueños humanos, el colapso del idealismo y las brutales realidades del poder político. La propia ciudad de Megalópolis no es un mero escenario, sino un organismo vivo que respira: una compleja intersección de esperanza, ambición, codicia y decadencia. A través de esta perspectiva distópica, Coppola cuestiona la naturaleza misma de la civilización y se pregunta si estamos condenados a repetir los mismos ciclos de creación y destrucción. Como las antiguas ciudades que la precedieron, Megalópolis es a la vez un sueño y una pesadilla, una visión del futuro construida sobre las ruinas del pasado.
El personaje central de la película, Serge Catiline, emerge como el arquitecto profundamente carismático pero peligrosamente defectuoso de este futuro. Encarna la contradicción que subyace en el trasfondo psicológico y filosófico de la película. "Es muy atractivo, tan magnético, encantador... Creo que es malvado", dice un personaje al describir el atractivo de Catilina. Su encanto es innegable, pero está equilibrado por una ambición oscura, casi siniestra. Este retrato prepara el terreno para una exploración más amplia del conflicto entre las grandes visiones y las peligrosas consecuencias del poder sin control. La ambición de Catilina no es sólo construir una ciudad, sino crear un nuevo orden mundial: una visión idealista que, como todo idealismo, se ve abocada al fracaso por la naturaleza humana.
Megalópolis, tal y como la concibe Catilina, no es sólo una ciudad; es "la ciudad del mañana". El término es un anteproyecto de la utopía que quiere crear: un lugar libre de la corrupción y los fallos de la sociedad contemporánea, donde la tecnología y el ingenio humano borren los errores del pasado. Pero como en todo gran proyecto, el diablo está en los detalles. La visión de Catilina es seductora y promete un mundo perfecto en el que todos los ciudadanos viven en armonía, sin el azote de la desigualdad o el sufrimiento. Sin embargo, a medida que avanza la película, queda cada vez más claro que esta utopía descansa sobre cimientos poco sólidos, cimientos que se desmoronan bajo el peso de la ambición, la deuda y la decadencia social.
Uno de los temas clave de Megalópolis es la tensión entre los ideales utópicos y las necesidades prácticas de la vida. El sueño de Catilina es noble, pero como señala uno de los personajes: "La gente no puede vivir de sueños. La gente necesita trabajo, vivienda, escuelas, los servicios vitales de la ciudad que necesitamos. Los ingresos que necesitamos, los empleos que necesitamos". Esta afirmación refleja la dura realidad de que incluso los proyectos más visionarios deben hacer frente a las necesidades ordinarias pero esenciales de la vida. Los sueños, por hermosos que sean, deben basarse en las realidades de la supervivencia, y la película nos hace cuestionar si cualquier visión idealista puede realmente hacer frente a las demandas muy reales de la sociedad.
El mundo material también desempeña un papel clave en la historia, ya que la visión de futuro de Catilina entra en conflicto con la dura e imperfecta realidad del presente. "Basura, y sin embargo gané confianza a partir de algo hecho de basura", comenta uno de los personajes. Los materiales que Catilina cree que construirán su utopía son en sí mismos basura, símbolos de un mundo que ya está al borde del colapso. El contraste entre la promesa de algo grandioso y la realidad de su creación es un motivo central de la crítica del idealismo en Megalópolis. La visión de la ciudad perfecta no es más que una proyección de las aspiraciones humanas, pero se construye a partir de los escombros de una sociedad rota.
La responsabilidad financiera es otro tema que resuena en Megalópolis, encarnado por un personaje llamado Gene que representa el lado pragmático y conservador de la historia. "Reduce el déficit, Claude. La deuda es mala, tanto si el deudor es el Estado como un particular. Redúcelo y mantén la austeridad. Llevo aquí mucho tiempo", advierte Gene, insistiendo en la importancia de la disciplina fiscal en un mundo ahogado por la deuda. Esta afirmación va dirigida al núcleo mismo de la estructura política y económica que impulsa el sueño de Catilina. Aunque Megalópolis critica los grandes proyectos utópicos, también reconoce las fuerzas reales del poder financiero que dan forma al mundo en que vivimos. La deuda es el coco constante de esta película, una fuerza que socava incluso las ambiciones más nobles, haciéndolas frágiles y propensas al colapso.
Sin embargo, la ciudad de Megalópolis, a pesar de toda su ambición, no goza de aceptación universal. Frank, un firme opositor a la visión de Catilina, ve el proyecto como una peligrosa tentación de sirena que llevará a la ciudad a su perdición. "¡Es un canto de sirena para llevar a la ciudad a las rocas!" declara. Para Frank, la visión de Catilina no es sólo un sueño irrealizable, sino una fuerza seductora y destructiva que desgarrará el tejido social. La metáfora del canto de sirena pone de relieve la tensión entre idealismo y pragmatismo, entre la esperanza y la dura realidad de las limitaciones humanas. Como las sirenas de la mitología griega, la visión de Catilina promete belleza y salvación, pero en realidad es una trampa que conduce a la destrucción.
La aversión de Frank hacia Catilina no sólo proviene de la ideología política, sino también de su propia ambición personal. "¿Cómo voy a pasar a la historia como el mejor alcalde desde Fiorello La Guardia si no puedo... salir del marasmo financiero?". pregunta Frank, revelando su deseo de poder y legado. Su voluntad de luchar por la supervivencia de la ciudad, a pesar de su oposición a los métodos de Catilina, muestra la complejidad de las motivaciones humanas. La ambición de Frank no es menos egoísta que la de Catilina, pero se enmarca en el contexto de la supervivencia tanto de la ciudad como de su propia carrera política.
La búsqueda de Catilina para crear la ciudad perfecta está inextricablemente ligada a su propia agitación interior, a su necesidad de probarse a sí mismo y de superar los fantasmas del pasado.
En el corazón de Megalópolis subyace la cuestión de cómo la historia recuerda a los individuos que le dan forma. "Es hora de que dejes atrás la muerte de Billy. Te quiero con todo mi corazón, Serge", le dice un personaje a Catilina, intentando que supere los demonios personales que impulsan su visión. La película profundiza en el desgaste personal y psicológico que la ambición y el idealismo causan en el alma humana. La búsqueda de Catilina para crear la ciudad perfecta está inextricablemente ligada a sus contradicciones internas, a su necesidad de probarse a sí mismo y de superar los fantasmas de su pasado. De este modo, Megalópolis no es sólo una crítica de los sistemas sociales o las ideologías políticas, sino también una inmersión profunda en la psique de un individuo que cree que la grandeza puede alcanzarse mediante la pura fuerza de voluntad.
El problema social de la deuda es quizá la crítica más inquietante de la película. "La deuda es la plaga de nuestro tiempo", dice un personaje, subrayando la naturaleza omnipresente del problema. Para Catilina, la deuda no es sólo un problema económico; es una cuestión espiritual, una enfermedad social que mantiene cautiva a la gente. "La única realidad es la DEUDA. Esta es mi revolución. En mi mundo, la deuda es una sombra que pesa sobre cada mente. Cada hora de trabajo se pierde. Desde que se inventó, la deuda ha sido la sombra que soporta la gente. Pagarán, no deberán. Serán libres", declara Catilin, describiendo la deuda como una lucha personal y política. Para él, liberar a la gente de la deuda es la forma más elevada de liberación, la clave para construir una sociedad mejor. Pero, como muestra la película, su visión es tan errónea como los sistemas que pretende derrocar. En última instancia, la liberación de la deuda no significa la liberación de los sistemas de poder y control que gobiernan la sociedad.
Megalon, un material descrito como "un material blando, casi maleable, hecho de basura", sirve de símbolo tanto de la corrupción del mundo como del sueño de la propia Megalópolis. Es un artefacto de destrucción y creación, una sustancia que puede transformarse en algo nuevo, pero que también está inextricablemente ligada a la decadencia de la que procede. Es aquí donde la tensión entre progreso y destrucción es más palpable, porque los propios materiales utilizados para construir el futuro se basan en las ruinas del pasado. "Aquí hay un trozo de Megalon", dice un personaje, ofreciendo una manifestación física de las contradicciones que atraviesan la película. Este material es a la vez un símbolo de esperanza y un recordatorio del fracaso, que ofrece una visión de lo que podría haber sido sin dejarnos olvidar lo que fue.
Cuando la película llega a su fin, Megalópolis nos deja con una pregunta inquietante: ¿podremos romper alguna vez los ciclos de creación y destrucción que definen nuestra existencia? Los momentos finales, cuando un niño planta un árbol entre los escombros, ofrecen un rayo de esperanza, pero son igualmente ambiguos. ¿Es el comienzo de un nuevo ciclo de renovación o sólo otra iteración de un bucle sin fin? El árbol, como la propia ciudad, representa la vida y la muerte, el crecimiento y la decadencia. Es un símbolo de lo que podría ser, pero también de lo que inevitablemente se perderá.
Megalópolis no es sólo una película; es una profunda meditación sobre la condición humana. Nos obliga a enfrentarnos a nuestra propia complicidad en los sistemas de poder y codicia que conforman nuestro mundo. A través de sus complejos personajes, su profundidad psicológica y su crítica política, se pregunta si podemos romper los ciclos de la historia o si estamos condenados, como la propia ciudad, a construir y caer eternamente.
Luxman Aravind
Sri Lanka Guardian/ gnews